viernes, 6 de junio de 2008

RAINDROPS KEEP FALLING ON MY HEAD

- ¡Y escribe algo!


Eso me dijo el otro día Eva al salir de su bar después de tomarme algo. Pues sí, hace tiempo que no escribo. De hecho ese mismo día, al llegar a casa, motivado por esa frase de despedida, me puse a escribir... pero como no me gustaba lo que salía, ahí se quedó, entre los borradores. Algún día lo publicaré, pero hoy no es ese día. Hoy toca hablar de días de lluvia...
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(INSTRUCCIONES: escuchar la canción mientras se lee la entrada)

El caso es que ayer, al salir de trabajar, pillé una de estas lluvias espontáneas que tanto abundan últimamente. Y me pilló sin paraguas. Cosa normal, teniendo en cuenta que no tengo paraguas. Pero si no tengo, no es porque me los vaya dejando por ahí olvidados, no... Eso me pasaba antes, cuando los usaba. Lo que pasa es que a fuerza de que me hayan pillado tantas lluvias sin paraguas, pues mira, le he cogido el gustillo a eso de andar bajo la lluvia y empapándome. Me siento más vivo al sentir la lluvia mientras camino, aunque sea como la de ayer, que picaba. Me pone hasta de buen humor. Qué tonteria, ya lo sé. Pero hay quien para sentirse vivo necesita tirarse de un puente atado a una cuerda por los pies, o ir a 200 con su moto, o hacerse un tatoo... yo no, yo con caminar bajo la lluvia tengo suficiente. Cosa muy práctica por otro lado, porque ni me atrevería a saltar del puente, ni tengo moto, ni me apetece que me pinchen con una aguja llena de tinta.

Pero, como tenía que ir a la otra punta de Girona City, tuve que coger el coche. Porque una cosa es caminar un rato bajo la lluvia, que me hace sentir vivo y me relaja. Y otra muy distinta es tener que cruzar la ciudad, y hacerlo andando en esas condiciones. Lo primero es propio de una persona rarita... lo segundo es de una persona agilipollada. Y que yo soy rarito empiezo a tenerlo asumido... ¡pero lo otro son palabras mayores!

Lo de conducir por ciudad cuando llueve, ya es otra cosa. Eso ya no relaja tanto. Más bien al contrario. Porque todos sabemos que igual que el alcohol empeora nuestra capacidad para conducir, la lluvia nos hace más "prudentes". Ya sea porque en la autoescuela nos hablaron de un fenómeno muy peligroso llamado acuaplanning, porque cuando llueve la gente se vuelve más perezosa y coge el coche para cualquier cosa (no sea que te mojes los zapatitos y encojan), porque el sonido de la lluvia contra la chapa y el cristal nos embelesa a todos, o simplemente porque los coches son tan modernos que tienen un sensor que limita el motor cuando llueve, conducir lloviendo es una mieeeeeeeeeeeeeeeeerda: La velocidad máxima de los coches pasa a ser de 20 km/h (los más temerarios), para girar todo el mundo frena completamente el coche, no sea que patine, y para el coche de delante tuyo, ese que va más lento que un caracol deshidratado, los cruces e intersecciones en que él (y luego tú) tiene preferencia se convierten en cedas, los cedas se convierten en stops, los stops en semáforos en rojo, y los semáforos en rojo, al ponerse en verde, le avisan a él 10 segundos más tarde que a tí.

Pero ya hace un tiempo que entendí que enfadarse en ese tipo de situaciones sólo sirve para eso, para estar de mal humor, y es mejor intentar sacarles provecho. ¿Para qué? Para nada, simplemente para practicar eso que dicen de que si nuestro kharma, nuestro xi, o lo que sea ese resplandor que se supone que nos rodea, está formado por energía positiva y azul y brillante y maravillosamente maravillosa, atraeremos cosicas buenas y sonreiremos cual pitufillos corriendo desnudos entre la hierba. Y, en cambio, si esa energía es negativa y oscura y fea y neeeeeeeeegra como el carbón, atraeremos más mal rollo y estaremos siempre con peor cara que Rouco Varela el día que se compró el Interviú y se encontró a su sobrina en la portada.

Así que al mal tiempo, buena cara. Puse música (mi cd mp3 de canciones de buen rollito), relajé los músculos, y pensé: "pues ya llegaré". ¡Y funcionó! Vaya que si funcionó. No sólo tardar más de media hora en hacer apenas 3 km. no me puso de mal humor, sino que además entrené un poquito mi empatía y paciencia hacia los demás (tampoco negaré que algún "vamos hijo miiiiiiiiio espabila" dije, pero menos de los habituales), y me lo pasé hasta bien. Incluso, al llegar a la plaça del Lleó, esa en que hay un municipal agazapado, que cuando ve que hay tráfico, aparece y lo congestiona más aún, me lo tomé con buen humor. Debió sorprenderle, viendo a todos los conductores mirándole con mala cara, expresándole su agradecimiento por complicar un poquito más las cosas, verme a mí sonriendo. Y si hubiera podido leerme el pensamiento, lo habría entendido: "anda mira, los municipales son como esos rotuladores mágicos: si se mojan, pasan de azul pitufo a amarillo Lucho de los Lunnis".


Luego aparqué, y en el corto trayecto entre el coche y mi destino, volví a disfrutar caminando bajo la lluvia. Debía parecer tonto, empapándome y sonriendo (pero lo malo no es parecer algo, es serlo). Es una sensación difícil de explicar, sobretodo cuando te reciben extrañados al verte aparecer chorreando y más feliz que to'as las cosas.
- ¿No sabías que llovía cuando has salido?
- Sí, lo sabía perfectamente.
- ¿Te habías dejado el paraguas en casa?
- Tampoco.
- ¿Es que no tienes paraguas?
- No. Ni ganas.

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